El sistema nervioso y la herencia transgeneracional
Una mirada compasiva a las memorias que habitan hoy en tu cuerpo
Tu cuerpo no empieza en ti
Heredamos más que genes, heredamos formas de sentir, de protegernos y de sobrevivir.
El sistema nervioso, que regula nuestras reacciones automáticas (ansiedad, alerta, desconexión, hipervigilancia), está influenciado no solo por lo que vivimos, sino también por lo que otros vivieron antes que nosotros.
A veces sentimos cosas que no entendemos del todo.
Tenemos miedo… pero no sabemos por qué.
Nos cuesta disfrutar… aunque no nos falte nada.
Repetimos patrones en nuestras relaciones… aunque nos prometimos no hacerlo más.
Y sentimos una especie de “límite invisible” que no sabemos de dónde viene.
¿Qué es el transgeneracional?
El transgeneracional es el conjunto de historias, creencias, emociones no expresadas, traumas y mandatos que se transmiten de generación en generación, a menudo de forma inconsciente.
No solo heredamos el color de ojos o la forma de la nariz. También podemos heredar miedos, maneras de amar, silencios, duelos no resueltos, prohibiciones internas o formas de mirar la vida.
No es magia. No es destino. Es memoria emocional.
Y no se trata de buscar culpables, sino de hacer visible lo que, hasta ahora, vivía en la sombra.
¿Qué son las memorias transgeneracionales?
Son cargas emocionales, creencias, duelos no elaborados o traumas que no se expresaron y quedaron sin resolver en generaciones anteriores y que, de forma inconsciente quedan grabadas y se trasmiten como patrones emocionales de supervivencia, guardándose en nuestro cuerpo.
Aunque no las recordamos conscientemente, estas memorias se transmiten de generación en generación a través de relatos, silencios, patrones de relación, y también a través del cuerpo y el sistema nervioso.
No se heredan como historias habladas pero aparecen inconscientemente en nosotros como:
Miedo persistente sin causa aparente
Culpas o exigencias difíciles de soltar
Exigencia excesiva con nosotros mismos
Dificultad para confiar o conectar
Dificultad para tomar decisiones
Sensación de peligro, aunque todo esté bien
Lealtades invisibles (“no puedo estar mejor que mi madre”, “tengo que cuidar de todos”, “no me permito disfrutar”, “el dinero no es bueno”)
Culpas o autoexigencias difíciles de soltar
Síntomas físicos que no responden del todo a una causa médica
Estas historias no nacieron en nuestra historia personal, sino en las historias que se vivieron antes que nosotros.
Por ejemplo:
Si tu abuela vivió una guerra o una pérdida devastadora y nunca pudo expresarlo, tu sistema nervioso puede haber heredado esa alerta constante, ese miedo a soltar o a confiar.
Si en tu familia hubo exclusiones, secretos o duelos silenciados, puedes sentir culpa, tristeza o una “falta de lugar” sin saber por qué.
Si a las mujeres de tu linaje no se les permitió brillar, ocupar espacio o elegir, tú podrías estar sintiendo un bloqueo al avanzar… incluso si en teoría tienes permiso para hacerlo.
Tus padres crecieron con carencias: vives desde la escasez, aunque no te falte nada.
Hubo secretos o traumas silenciados: tu cuerpo está en alerta sin saber por qué.
Si tu madre perdió a alguien y nadie pudo nombrar ese duelo, tú puedes sentir un vacío emocional sin saber por qué.
Si hubo violencia o abandono, el cuerpo aprende a vivir en alerta... incluso si ahora tu vida es segura.
Tu sistema nervioso no responde sólo al presente: responde también a lo que aprendió que fue peligroso en tu linaje, a pesar de que ahora no lo es
¿Cómo se transmite?
A través de:
Lo que se dice (mandatos familiares, roles, creencias)
Lo que no se dice (secretos, tabúes, silencios)
Lo que se repite (patrones que pasan de generación en generación)
El cuerpo (síntomas, emociones atrapadas, reacciones automáticas)
Y muchas veces, todo esto se transmite sin palabras. Porque lo que no se gestiona, se repite.
Ejemplos reales (y comunes)
Si en tu familia las mujeres “tenían que sacrificarse por todos”, tal vez hoy te cueste poner límites o descansar.
Si hubo una pérdida no nombrada (un aborto, una muerte temprana), puede que sientas un vacío o un duelo que no entiendes.
Si el dinero fue siempre una fuente de tensión, puedes vivir en escasez incluso teniendo estabilidad.
Si hubo violencia o abuso, es posible que hoy vivas relaciones con desconfianza, o con miedo al conflicto.
Si a tu madre le costó ser madre, quizá tú sientas culpa por no querer seguir el mismo camino.
No es casual. Es lealtad.
¿Qué son las lealtades invisibles?
Son mecanismos inconscientes por los que intentamos ser fieles a nuestra familia, incluso si eso nos daña. Como si dijéramos internamente:
“Si tú no pudiste, yo tampoco debo.”
“Si tú sufriste, yo no tengo derecho a estar bien.”
“Si tú no tuviste voz, yo me callo también.”
“Si tú aguantaste, yo no puedo soltar.”
Estas lealtades no son decisiones racionales. Vienen de un deseo profundo de pertenecer, de no traicionar, de no ser “la diferente”.
¿Y cómo afecta esto a tu vida?
Te bloqueas en momentos clave sin saber por qué.
Te saboteas justo cuando algo va bien.
Sientes culpa al avanzar.
Te cuesta cuidarte, poner límites o sentirte en paz.
Tu cuerpo, tu sistema nervioso y tu mundo emocional están más conectados con tu historia familiar de lo que parece.
¿Por dónde empezar?
Observa tus emociones desproporcionadas: muchas veces son ecos del pasado.
Hazte preguntas incómodas: ¿qué estoy repitiendo sin querer? ¿Qué parte de mí no se siente libre?
Permítete cuestionar creencias familiares: “hay que aguantar”, “las cosas no se dicen”, “el trabajo es sufrimiento”.
Busca acompañamiento: la terapia puede ayudarte a explorar tu sistema familiar y encontrar nuevas formas de vivir.
Honra sin repetir: puedes amar a tu familia sin seguir sus heridas.
Frases que pueden ayudarte
“Puedo amar a mi familia sin tener que vivir su misma historia.”
“Puedo pertenecer siendo yo.”
“No me separo de ellos. Solo elijo una forma distinta de cuidarme.”
“Lo que no pudieron ellos, no tengo que cargarlo yo.”
“Yo también merezco vivir en paz.”
Sanar lo transgeneracional es posible
Y no significa cortar con tu familia. No es culpar. No es rechazar. No es distanciarse.
Es mirar tu historia con amor, hacer consciente lo que estaba en automático, y poder decirte a ti misma:
“Gracias por lo que me disteis, ahora yo elijo otro camino.”
¿Cómo influyen las memorias transgeneracionales en nuestro sistema nervioso?
A veces, las respuestas automáticas que tenemos, como sentir miedo sin razón aparente, no poder relajarnos, aunque todo esté bien o sabotearnos justo cuando algo empieza a ir bien.
Estas memorias no son castigos ni maldiciones. Son heridas no escuchadas que buscan voz a través de ti.
El sistema nervioso autónomo (el que regula nuestras respuestas automáticas ante el peligro o la seguridad) puede “aprender” de lo que vio, vivió o incluso de lo que le contaron.
Cuando una generación vive trauma o mucho estrés sin poder regularlo, sin hablarlo y sin sostenerlo, el cuerpo de la siguiente generación lo aprende como norma.
¿Se puede cambiar?
Sí. Y no es culpando a la familia ni buscando responsables.
Es reconociendo que heredaste no solo genes, sino también emociones, miedos y silencios.
Y que hoy tú tienes la posibilidad de:
Escuchar tus síntomas con compasión
Honrar la historia de quienes vinieron antes
Elegir una respuesta distinta, más amorosa y regulada
Liberarte de cargas que no son tuyas, pero que aprendiste a cargar
¿Y cómo se relacionan con los estados del sistema nervioso?
A veces no es lo que está ocurriendo ahora. Es lo que ya ocurrió y que tu cuerpo no ha podido soltar del todo.
Tu sistema nervioso no solo reacciona a lo que ves, sientes o piensas hoy, también responde a memorias del pasado que quedaron registradas como peligro.
El sistema nervioso recuerda más de lo que crees
Tu cuerpo aprende por repetición y resonancia.
Si creciste en un entorno emocionalmente inestable o si cargaste con emociones no expresadas por tus cuidadores, tu sistema nervioso pudo haber aprendido a vivir en modo:
Lucha: irritable, reactiva, hiperexigente
Huida: acelerada, con ansiedad constante
Colapso: agotada, desconectada, sin energía
Falsamente funcional: siempre fuerte, sin mostrar vulnerabilidad
¿Y cómo lo hace?
A través de sus tres vías principales de respuesta: lucha/huida, colapso y conexión. Vamos a ver cómo se relacionan con tu historia.
1. Estado simpático (lucha o huida): cuando tu cuerpo recuerda que tuvo que defenderse
Este estado se activa cuando percibes amenaza. Pero muchas veces esa amenaza no está aquí y ahora, sino en el pasado.
Por ejemplo:
Si creciste en un entorno impredecible o exigente, puede que tu cuerpo aprenda a estar siempre alerta.
Si te gritaban o criticaban mucho, tu sistema puede anticipar el conflicto incluso donde no lo hay.
Si te enseñaron que “tenías que estar fuerte”, puede que reacciones con irritación o necesidad de control.
Entonces, cada vez que alguien te habla con un tono seco, o algo no sale como esperabas, tu cuerpo revive la emoción de entonces: peligro, tensión, exigencia. Y entra en modo lucha o huida.
2. Estado parasimpático dorsal (colapso o desconexión): cuando rendirse fue la única salida
Este estado aparece cuando el sistema nervioso se ve desbordado y sin salida.
Por ejemplo:
Si de pequeña llorabas y nadie te consolaba, puede que hayas aprendido a cerrarte emocionalmente.
Si sufriste trauma, abuso o abandono, tu cuerpo puede haber generado una estrategia de “no sentir para sobrevivir”.
Si te dijeron que tus emociones eran “demasiado”, puede que hoy te disocies o te desconectes cuando algo duele.
Así, cuando hoy sientes tristeza, soledad o pérdida, tu cuerpo puede caer en el mismo estado de entonces: cansancio extremo, vacío, apatía. No porque estés deprimida, sino porque está activándose una vieja estrategia de defensa.
3. Estado parasimpático ventral (calma y conexión): cuando alguna vez pudiste sentirte segura
Este estado es nuestra base natural. Pero no siempre tuvimos acceso a él.
Si de niña alguien te sostuvo con ternura cuando lo necesitaste, tu cuerpo recuerda eso como un “ancla segura”.
Si viviste momentos de juego, contacto afectivo y presencia real, hoy te será más fácil volver a ti cuando te alteras.
El sistema nervioso también guarda memorias de seguridad. Y esas memorias, aunque a veces más escondidas, pueden ayudarte a regularte en el presente.
La buena noticia es que incluso si nunca las tuviste, puedes crearlas ahora. Porque el sistema nervioso es plástico: puede reaprender, reparar y confiar otra vez.
Guía para identificar tu estado
Tu sistema nervioso reacciona constantemente al entorno. Y muchas veces, no reacciona al presente, sino a memorias del pasado.
No te juzgues por estar en lucha, huida o colapso. Son estrategias de protección que tu cuerpo aprendió para sobrevivir.
Piensa:
“¿Cuándo empezó esta reacción?”
“¿A quién me recuerda este momento?”
“¿Qué parte de mí necesitó esto para defenderse?”
Estado simpático (lucha/huida):
Te sientes acelerada, irritable o con ganas de escapar
Tu mente va rápida, como si todo fuera urgente
Tu cuerpo está tenso, agitado o impaciente
Estado dorsal (colapso/desconexión):
Te sientes sin energía, desconectada o "en modo robot"
Te cuesta concentrarte o incluso moverte
Sensación de vacío, tristeza o abandono
Estado ventral (presencia/conexión):
Sientes calma, claridad y capacidad de estar presente
Puedes conectar contigo y con otros desde la ternura
Tu cuerpo está relajado, estable, respirando sin esfuerzo
Te dejo dos ejercicios para calmar esas historias del pasado.
EJERCICIO 1: Escucha tu cuerpo
Si estás activada (ansiedad, lucha o huida):
Haz una exhalación prolongada (inhala en 4, exhala en 6)
Agita tus manos por 30 segundos y suéltalas con sacudidas
Repite internamente: “No hay peligro ahora. Estoy a salvo”
Si estás colapsada o disociada:
Frota tus brazos suavemente con presión, como un abrazo
Apoya los pies en el suelo, muevelos y siente el contacto
Nómbra en voz alta 3 cosas que ves, 3 que oyes, 3 que tocas
EJERCICIO 2: Crea nuevas memorias de seguridad
Recuerda un momento en el que te sentiste segura, acogida o en paz (aunque sea breve o muy antiguo).
Cierra los ojos. Vuelve a esa imagen.
Observa dónde lo sientes en el cuerpo.
Respira y permite que esa sensación crezca un poco más.
Esto no es imaginación. Es reentrenar al sistema nervioso para volver a conectar con la calma y la confianza.
Entonces… ¿qué puedes hacer con todo esto?
Reconocer tu estado actual. ¿Estás en lucha, huida, colapso o conexión?
Validar que no estás loca. Estás activando una vieja defensa aprendida.
Buscar nuevas experiencias corporales. Con seguridad, contacto, ritmo y presencia.
Hacer terapia orientada al cuerpo y al trauma. Para procesar, integrar y crear nuevas memorias.
Te invito a explorar y liberar
1. Mapa corporal de memorias heredadas
Dibuja un cuerpo en una hoja. Marca en qué zonas sientes tensión, peso o vacío. Pregúntate:
¿Esto es mío o lo aprendí al observar a alguien?
¿A quién me recuerda esta forma de sentir?
2. Diario de lealtades invisibles
Durante una semana, anota momentos en los que sientas culpa al estar bien, descansar, decir "no" o poner límites. Luego escribe: “Hoy me permito elegir distinto, con amor.”
3. Movimiento para romper el ciclo
Pon una música suave. Imagina que te liberas de un peso antiguo. Mueve los brazos, el torso o la cabeza como si sacudieras lo que no es tuyo. Respira profundo y termina con un gesto de cuidado hacia ti (abrazarte, tocarte el pecho, etc.)
4. Crea un altar simbólico
Coloca una vela, una foto o un objeto que represente tu linaje. Agradece lo que te dio fuerza y elige simbólicamente lo que ya no necesitas cargar. Puedes escribir: “Gracias por traerme hasta aquí. Ahora yo me encargo.”
EN RESUMEN:
No estás rota: estás protegida por tu historia y tu cuerpo reacciona
Tu cuerpo no te sabotea: te está cuidando a su manera, tu sistema nervioso hereda estrategias de protección, que fueron útiles en otro tiempo
Puedes aprender a reconocer tu estado y acompañarlo, lo que hoy parece “exceso” (miedo, control, ansiedad) quizás antes fue necesario
Con tiempo y presencia, puedes enseñarle a tu cuerpo, a tu sistema nervioso, que ya no está en peligro que se puede calmar