Nuestra mejor versión no se encuentra, se recuerda
Dejar de perseguir la “mejor versión”: un regreso a lo que ya somos
En los últimos años, la frase “sé tu mejor versión” se ha convertido en un mantra omnipresente. La escuchamos en conferencias, la leemos en libros de autoayuda, la vemos en publicaciones motivacionales y hasta la repetimos en conversaciones cotidianas. Parece ser una meta incuestionable: todos deberíamos convertirnos en algo “mejor” de lo que somos hoy.
Pero bajo esa invitación aparentemente inofensiva se esconde una trampa: la sensación de que aún no estamos completos, de que todavía no somos suficientes. En lugar de inspirarnos, muchas veces esa consigna nos empuja a una carrera interminable que genera cansancio, frustración y una constante deuda con nosotros mismos.
La ilusión de la mejora constante
Buscar crecer o aprender es natural. La vida misma es un proceso de transformación. Sin embargo, otra cosa muy distinta es convertir este proceso en una exigencia incesante. Cuando la consigna de “mejorar” se vuelve una presión, el mensaje implícito es claro: lo que eres ahora no basta.
Entonces empezamos a medirnos con estándares imposibles: más productivos, más exitosos, más espirituales, más atractivos. Siempre un poco más. Nunca en paz. Esta lógica nos aleja de la experiencia presente, porque coloca nuestra supuesta plenitud en un futuro que nunca termina de llegar.
Nuestra mejor versión no se busca, se recuerda
La idea de una mejor versión parte de la creencia de que debemos añadir algo externo para completarnos. Pero lo esencial de quienes somos ya está en nosotros. Nuestra autenticidad, nuestra capacidad de amar, nuestra sensibilidad, nuestra creatividad… no dependen de cumplir metas externas, sino de permitirnos expresarlas.
En ese sentido, la “mejor versión” no es una meta que debamos conquistar, sino una verdad interior que debemos recordar. No se trata de convertirnos en alguien distinto, sino de despojarnos de lo que nos sobra: expectativas ajenas, comparaciones, exigencias que nos pesan. Como una escultura que aparece no al añadir más material, sino al retirar lo que la cubre.
Habitar en lugar de perseguir
Aceptar que nuestra mejor versión ya existe dentro de nosotros no significa renunciar al crecimiento, sino a cambiar el enfoque. Debemos crecer no desde la carencia, sino desde la plenitud. No porque seamos insuficientes, sino porque la vida nos invita a desplegarnos.
Esto nos permite vivir con menos presión y más conciencia. Habitar lo que somos hoy, con nuestras luces y sombras, nos conecta con una verdad mucho más profunda que cualquier ideal externo: la certeza de que ya somos valiosos.
El acto de liberarnos
Dejar de perseguir la “mejor versión” es un acto de libertad. Nos libera de la exigencia de estar siempre “en construcción”, nos permite soltar la idea de que debemos justificarnos a través de logros, y nos devuelve a lo esencial: el derecho a ser quienes somos, aquí y ahora.
La verdadera plenitud no está en llegar a otro lugar, sino en reconciliarnos con este instante. La transformación auténtica nace de la aceptación, no de la exigencia.
Conclusión
Quizá sea hora de cuestionar la consigna que tanto se repite. La mejor versión de nosotros mismos no se encuentra en el futuro ni se conquista con esfuerzo sobrehumano. Está aquí, latiendo en lo profundo, esperando ser reconocida.
No se trata de convertirnos en alguien distinto, sino de atrevernos a habitarnos plenamente. La búsqueda termina cuando recordamos que ya somos aquello que tanto anhelamos.