Cuando la ansiedad recorre el cuerpo y el mundo se estrecha”
A veces la ansiedad no se siente en la cabeza como un pensamiento, sino en el cuerpo: como una corriente eléctrica, un hormigueo o un entumecimiento que aparece sin aviso.
Comienza con un leve cosquilleo en los pies (como pequeños alfileres), una vibración que sube por las piernas, el abdomen, el pecho… hasta llegar a la cabeza.
Y entonces todo parece estallar por dentro.
La respiración se acelera, el corazón late con fuerza, el entorno se vuelve borroso y sientes que estás dentro de un túnel.
Todo parece lejano, irreal.
Tu cuerpo y tu mente ya no parecen tuyos.
Es una sensación que asusta mucho, pero no es peligrosa.
Tiene una explicación: es tu cuerpo intentando protegerte.
¿Por qué sucede?
La ansiedad no es debilidad ni exageración: es una respuesta automática del cuerpo ante una posible amenaza.
Cuando el cerebro, en especial una zona llamada amígdala, percibe peligro (real o imaginario), activa el sistema nervioso simpático, el que nos prepara para luchar o huir.
En segundos, todo el organismo se adapta para sobrevivir:
El corazón late más rápido para enviar sangre a los músculos.
La respiración se acelera para obtener más oxígeno.
Los músculos se tensan, listos para reaccionar.
La sangre se dirige a brazos, piernas y pecho, reduciendo el flujo en manos, pies y rostro.
Esa redistribución produce hormigueo o sensación de corriente eléctrica.
A la vez, la respiración rápida (hiperventilación) altera el equilibrio entre oxígeno y dióxido de carbono, lo que puede causar mareo, visión borrosa o la llamada “visión en túnel”.
Nada de esto es peligroso: son señales de un cuerpo en modo supervivencia, aunque el peligro sea emocional y no físico.
El hormigueo: la alarma física
Ese hormigueo es el aviso de que el cuerpo encendió su sistema de alerta.
Los nervios periféricos reciben menos oxígeno por unos minutos, y eso se traduce en cosquilleo o adormecimiento en pies, manos, labios o rostro.
No significa que algo esté fallando:
es el cuerpo diciendo “estoy listo para protegerte.”
El problema es que, cuando no hay un peligro real, toda esa energía queda dentro y se convierte en una tormenta interna.
La sensación de túnel o de irrealidad
Cuando la activación es intensa, el cuerpo da un paso más: reduce la percepción.
El flujo de sangre y oxígeno al cerebro cambia, sobre todo en las zonas que procesan la visión y el espacio.
El resultado:
la visión se estrecha, el entorno se vuelve borroso, como si el mundo se alejara.
A veces aparece la desrealización (el entorno parece irreal) o la despersonalización (sentirse desconectado del cuerpo).
No es locura ni daño cerebral: es un mecanismo de defensa.
El cerebro se “desconecta” un poco para evitar que te abrume la sensación.
Lo que realmente está pasando
Todo lo que sientes —el hormigueo, el mareo, la presión en el pecho o la visión borrosa— es la expresión física de un cuerpo en alerta, no de un cuerpo enfermo.
Tu sistema nervioso cree que necesitas defenderte y reorganiza sus recursos para hacerlo.
1. El cerebro da la señal de alarma
La amígdala detecta un posible peligro y activa el sistema nervioso simpático.
No distingue entre amenazas reales o imaginarias: basta con que algo te parezca peligroso.
2. El cuerpo se prepara
El corazón y los pulmones se aceleran, los músculos se tensan, la sangre se concentra en las zonas que podrían actuar.
Por eso hay hormigueo (menos circulación periférica) y tensión (preparación muscular).
3. El cerebro prioriza la supervivencia
Reduce la actividad en las áreas de percepción calma y enfoque amplio.
Por eso aparece la visión en túnel a sensación de distancia o confusión.
4. La respiración altera la química
Al hiperventilar, el cuerpo expulsa demasiado CO₂.
Eso provoca vasoconstricción (contracción de vasos sanguíneos) y menos oxígeno temporal en algunas zonas cerebrales, generando mareo, entumecimiento o desconexión.
5. El cerebro se protege
Si la activación se mantiene, puede aparecer disociación: una forma de defensa que “apaga” un poco las sensaciones para no saturarte.
No es un fallo, es protección.
Por qué no es peligroso
Tu cuerpo no está roto, está confundido.
Cree que algo grave ocurre, cuando solo hay ansiedad.
Al entender esto, el miedo cambia:
ya no piensas “me pasa algo grave”, sino
“mi cuerpo está intentando protegerme, pero no lo necesito ahora.”
Y cuando baja el miedo, el sistema empieza a apagarse solo.
Cómo volver al cuerpo
Cuando sientas que la ansiedad recorre tu cuerpo, el objetivo no es luchar contra ella, sino ayudar al cuerpo a recordar que está a salvo.
1. Respira lento y profundo.
Inhala en 4 segundos, exhala en 6. Las exhalaciones largas apagan la alarma.
2. Enraíza tus pies.
Nota el suelo, mueve los dedos, siente tu peso.
3. Observa el presente.
Nombra tres cosas que ves, tres que escuchas, tres que sientes.
4. Mueve el cuerpo.
Estira, camina o sacude manos y pies para liberar tensión.
5. No luches contra la sensación.
Cuanto más miedo le tienes, más crece. Repite: “Esto es solo mi cuerpo reaccionando.”
6. Evita hiperventilar.
Coloca una mano sobre el abdomen y deja que el aire mueva el vientre, no el pecho.
El cuerpo, igual que se activa, también sabe calmarse.
Solo necesita aire, tiempo y confianza.
En resumen
Tu cuerpo no está en peligro, está en alerta.
La ansiedad no es una enfermedad mortal ni un signo de locura: es una respuesta humana a la sobrecarga emocional.
Cuando el cuerpo siente seguridad —gracias a la respiración, el movimiento y la conciencia del presente—,
el sistema se restablece y las sensaciones desaparecen.