Cuando el cuerpo deja de ser refugio

“Hay momentos en que el cuerpo, ese lugar que siempre nos sostuvo, deja de sentirse como un hogar.”

Un diagnóstico, una enfermedad, un daño neurológico, un accidente… y de pronto todo cambia.
El cuerpo deja de responder como antes.
Lo que era natural —caminar, hablar, pensar, abrazar, respirar sin esfuerzo, comienza a requerir una energía inmensa.
Es un gran desafío.

El cuerpo, que antes era un refugio, puede sentirse como una cárcel, un territorio desconocido.
A veces no se siente nada.
Otras veces duele tanto que se preferiría no sentir.

Y no solo duele el cuerpo: duele el alma que ya no se reconoce en él.
Duele perder la independencia, tener que reconstruir una vida dentro de unos límites que nunca se eligieron.

Surge entonces algo profundamente humano:
la lucha entre el deseo de seguir y el cansancio de habitar un cuerpo que duele.

Cuando el dolor no es solo físico

La enfermedad no afecta únicamente a los músculos o a los nervios; también toca las emociones, la identidad y los vínculos.
Aparecen la ansiedad, la tristeza, la frustración e incluso la alexitimia, esa dificultad para reconocer lo que uno siente.

Cuando el cuerpo está saturado de dolor, la mente se protege cerrando puertas.

Por eso, acompañar a alguien en este proceso requiere mucho más que tratamientos médicos:
requiere presencia, comprensión y paciencia.

Acompañar no es animar ni consolar rápidamente, sino estar presente sin juicio, ofreciendo un espacio donde el dolor tenga permiso para existir.

Cómo acompañar con sensibilidad

“No siempre hay que hacer algo. A veces, lo más sanador es simplemente estar.”

  • No intentes “arreglarlo” ni “animarlo” enseguida: a veces solo necesita ser escuchado.

  • Valida su experiencia: “Debe ser muy difícil para ti”, “Tiene sentido que te sientas así.”

  • Ayúdalo a poner nombre a sus emociones, poco a poco.

  • Evita minimizar (“hay gente peor”) o forzar el optimismo.

  • Recuerda: la rehabilitación emocional es tan importante como la física.

Transformar emociones como la rabia, la impotencia o la tristeza requieren tiempo y espacio.
El cuerpo necesita volver a moverse, y en ese proceso, los espacios de calma son medicina.

Terapias que pueden acompañar el proceso

Masaje Kanso

El masaje Kanso ayuda a equilibrar el sistema nervioso y la energía vital.

En personas con daño neurológico o hemiplejía:

  • Evita las zonas con espasticidad o hipersensibilidad.

  • Trabaja el lado sano, sin “olvidar” el afectado.

  • Utiliza movimientos lentos y envolventes.

  • Enfócate en el rostro, el cuello, el cuero cabelludo o los pies (si no hay edema).

Más allá de la técnica, el secreto está en la intención y la presencia: tocar desde el corazón.

Biodinámica craneosacral

Una terapia suave y sutil que escucha al cuerpo sin forzarlo.
Ideal cuando hay trauma neurológico o fatiga extrema.

  • Sesiones cortas (20–30 minutos) suelen ser más beneficiosas.

  • Trabaja en una posición cómoda, incluso semisentado.

  • Observa los pequeños cambios: respiración, expresión, tono muscular.

El cuerpo sabe cómo reorganizarse, pero necesita sentirse seguro para hacerlo.
Aquí, menos es más.

Música bilateral

La estimulación auditiva alterna ayuda a integrar los hemisferios cerebrales, calmar y regular las emociones.
Usa ritmos lentos y suaves, con alternancia izquierda–derecha.
Incluso puedes sincronizar el toque con el sonido:
mano izquierda–sonido izquierdo, mano derecha–sonido derecho.

Este ritmo acompasado favorece la reconexión interna.

El cuerpo que calla, el alma que pide espacio

Cuando las emociones no encuentran salida, el cuerpo se cierra.
Por eso, a veces lo más terapéutico no es hacer, sino estar:
acompañar, sostener el silencio y dejar que el cuerpo encuentre su propio ritmo.

No se trata de cambiar lo que la persona siente, sino de ofrecerle un lugar donde eso que siente pueda descansar y existir sin miedo.

También el cuidador necesita ser cuidado

Cuidar a alguien con dolor físico y emocional es un acto de amor, pero también de enorme desgaste.
El cuidador sostiene no solo el cuerpo del otro, sino también su historia, su rabia y su miedo.

Y muchas veces olvida algo esencial: también necesita sostén.
Cuidarse no es egoísmo; es una forma de poder seguir cuidando.

“Cuidar al cuidador también es parte del proceso de sanar.”

Volver a habitarse

Este camino no tiene fórmulas. Cada cuerpo es un universo.
Pero hay algo que siempre sana: la presencia, el respeto y la ternura.

Porque cuando el cuerpo deja de ser refugio,
lo que más puede aliviar es sentirse acompañado desde el corazón.

Para Jordi,
con gratitud por recordarme que el cuerpo puede volverse frágil,
pero el amor y la presencia siguen siendo infinitos.

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